"¿Y si la vida no se termina?"

—Abuelo… ¿es cierto que Jesús murió? —preguntó Tomás, con su vocecita de ocho años mientras miraba el atardecer desde la hamaca del patio.

—Sí, hijo… —respondió don Luis, dejando que la brisa le despeinara un poco el alma—. Murió en una cruz. Fue muy doloroso. Pero no es lo único que pasó.

Tomás frunció el ceño.

—¿Y qué más pasó?

El abuelo lo miró con ternura y, con voz suave, como quien cuenta un secreto que cambia la vida, le dijo:

—Al tercer día, Jesús resucitó. Volvió a la vida. No como un fantasma, ni como en las películas… volvió con un cuerpo lleno de luz, lleno de Dios. No volvió para quedarse en una tumba, sino para quedarse en los corazones.

Tomás se quedó en silencio, observando cómo el cielo se teñía de naranjas y violetas.

—¿Y eso qué significa?

El abuelo Luis sonrió.

—Significa que el amor no muere, que la vida no se acaba en una tumba, y que, aunque tengamos miedo o estemos tristes, siempre hay esperanza. Jesús nos mostró que después del dolor viene la alegría, que después de la noche llega el amanecer. Y que nadie está solo.

El niño lo pensó un rato y luego preguntó: —¿Entonces… si alguien muere… también puede volver a vivir?

Don Luis lo abrazó.

—Sí, hijo. Si aman como Jesús, si hacen el bien y confían en Dios, su vida no termina. Cambia, pero no termina. Es como una semilla: parece que muere, pero después… brota y da fruto. Así es la vida con Dios.

Tomás se acurrucó en el regazo del abuelo y, mientras el cielo se llenaba de estrellas, dijo bajito: —Entonces no tengo miedo.

—Y yo tampoco —respondió el abuelo, cerrando los ojos por un momento, como quien ya empieza a ver la luz de otra mañana.

Si amas como Jesús…

tu vida no termina.

Solo florece en otro lugar… más hermoso.

Luis Cruz


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