Mi Dia del Arbol
En la Escuela Experimental Venezuela, en pleno corazón de Caracas, la innovación era parte del día a día. Ubicada frente a la Plaza Morelos, cerca de los emblemáticos Parque Los Caobos, Museo de Ciencias Naturales y Museo de Bellas Artes, esta escuela no solo se preocupaba por enseñar las materias convencionales. También ofrecía clases de carpintería, encuadernación, música, danza, teatro y deportes, formando estudiantes integrales.
Era 1957, yo cursaba el cuarto grado, y uno de los eventos más importantes del año se acercaba: el Día del Árbol. Una celebración especial que buscaba fomentar el amor por la naturaleza y la responsabilidad ambiental. Se organizaban actividades durante toda la semana: talleres, dramatizaciones, siembra de árboles y la culminación con un acto central en el Patio de las Américas, el corazón de la escuela.
La maestra Maruja de Vásquez, siempre firme pero motivadora, nos anunció las tareas para el gran día. Con voz serena, asignó responsabilidades hasta que, de pronto, pronunció mi nombre: Luis Cruz. Yo sería el orador del evento. Mi corazón empezó a latir como un tambor. ¿Por qué yo? No me sentía capaz de hablar ante tantas personas. El miedo escénico me invadió, y mi mente se llenó de dudas.
Afrontando el Miedo
Al llegar a casa, compartí la noticia con mi madre Francisca. Su rostro se iluminó con una sonrisa. Pero cuando le confesé mis temores y le pedí que hablara con la maestra para excusarme, su respuesta fue contundente: “Tú puedes, y lo harás bien. Tienes una semana para prepararte.” Sus palabras eran de aliento, pero no bastaban para calmar mi ansiedad.
Al día siguiente, con las manos sudorosas, me acerqué a la maestra Maruja para pedirle que reconsiderara mi rol. Su respuesta fue tan firme como la de mi madre. Me escuchó con paciencia, pero me alentó a asumir el reto. Prometió apoyarme en cada paso del camino.
Camino a casa, mis pensamientos eran un torbellino. Sentía una mezcla de tristeza y temor, pero algo en mí comenzó a cambiar esa noche. Me dije: “Voy a intentarlo”.
Preparando el Discurso
Durante la semana, pasé horas revisando libros y atlas. Aprendí sobre la importancia de los árboles, su papel en la conservación del agua, la protección del suelo y el equilibrio del clima. Con cada dato que descubría, mi discurso tomaba forma. Al finalizar el tercer día, tenía un borrador.
Cuando se lo mostré a mi madre, su orgullo era evidente. “¿Ves que pudiste hacerlo?” me dijo. Pero yo seguía preocupado: escribir era una cosa, hablar frente a todos, otra muy distinta.
La maestra Maruja revisó mi discurso con atención y, tras unas sugerencias, quedó listo. Sin embargo, el miedo escénico aún era un gigante que debía enfrentar.
El Gran Día
Finalmente, llegó el día del acto. Desde temprano, el Patio de las Américas estaba lleno. La bandera ondeaba al compás del himno nacional, seguido por el Himno de la Escuela Experimental y el emotivo Canto al Árbol:
“Al árbol debemos solicito amor, jamás olvidemos que es obra de Dios…”
El momento crucial llegó. Tras las palabras del director Rafael Chacón, llamaron mi nombre. Sentí un nudo en la garganta, pero respiré profundamente y subí al escenario. Frente a la multitud, con las manos firmes sobre mi discurso, comencé a hablar. Mi voz, al principio tímida, fue ganando fuerza. Hablé sobre los árboles, sus beneficios y la responsabilidad que tenemos de protegerlos.
Cuando terminé, un gran aplauso resonó en el patio. Busqué con la mirada a mi madre, que estaba entre los asistentes, aplaudiendo emocionada. La maestra Maruja se acercó para abrazarme y felicitarme. Había superado mi miedo.
Un Nuevo Comienzo
Ese día marcó un antes y un después en mi vida. Lo que comenzó como un reto aterrador se convirtió en una victoria personal. Descubrí que podía enfrentar mis temores y salir fortalecido. Fue el inicio de un proceso de cambio: dejé atrás la timidez y abracé una nueva versión de mí, más segura y optimista.
El Día del Árbol no solo celebré la naturaleza; celebré el poder de creer en mí mismo y crecer.
A veces, los desafíos más grandes son oportunidades disfrazadas. Enfrentar nuestros miedos puede parecer aterrador, pero es a través de esos momentos difíciles que descubrimos nuestra verdadera fortaleza. El valor no es la ausencia de miedo, sino la decisión de actuar a pesar de él. Cada reto que asumimos, por pequeño o grande que sea, nos acerca un paso más a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.
Con esfuerzo, apoyo y perseverancia, somos capaces de superar cualquier obstáculo, incluso aquellos que creemos insuperables. Además, resalta la importancia de la educación en valores, donde maestros y familias juegan un papel clave en la formación de seres humanos resilientes y comprometidos con su entorno.
Luis Cruz
Felicitaciones, Luis, muy hermoso tu relato escolar. Me identifiqué mucho con ese momento.
ResponderBorrarEnhorabuena 👏
Muchas gracias Roberto!!
BorrarMe agrada que te haya gustado el relato. Un abrazo!!