Les Fiancés d'Auvergne
Era un verano especialmente caluroso de 1984 en Vichy, esa preciosa ciudad francesa a orillas del río Allier. Ahí nos encontrábamos tres ingenieros agrónomos venezolanos: Douglas Delgado, del Fondo Nacional de Investigaciones Agropecuarias (FONAIAP), Pedro Martínez y yo, ambos de la Fundación para el Desarrollo de la Región Centrooccidental de Venezuela (FUDECO). Habíamos llegado a esta pintoresca ciudad para sumergirnos en un intenso curso de francés en el prestigioso instituto de idiomas CAVILAM. Nos alojábamos en un pequeño hotel para estudiantes, modesto pero acogedor, que escondía en su planta baja un bar vibrante, siempre animado por vecinos que se reunían a disfrutar de una bebida y una buena conversación.
Era
imposible resistirse a la tentación de bajar al bar de vez en cuando para tomar
unas cervezas y, de paso, poner en práctica lo aprendido en clase. Fue allí
donde, entre risas y vasos levantados, conocimos a Germain y Margarite, dos
encantadoras señoras de más de 70 años, con una alegría tan genuina que parecía
contagiar el aire.
Con el
tiempo, Germain y Margarite se convirtieron en nuestras amigas y, de alguna
manera, en nuestras maestras de francés no oficiales. Con ellas aprendimos más
que vocabulario o conjugaciones; nos enseñaron el arte de disfrutar la vida, de
celebrar las pequeñas alegrías. Sus risas y su energía nos recordaban que cada
instante era digno de ser vivido plenamente.
Cada vez que
sonaba Les Fiances d'Auvergne , el bar se transformaba en una especie de
cápsula del tiempo, y en esos momentos, casi podía verse a las jóvenes Germain
y Margarite, reviviendo sus amores de antaño, compartiendo con nosotros la
intensidad de una juventud que permanecía viva en sus corazones.
La felicidad
no depende de la edad, sino de la actitud con la que abrazamos cada momento de
la vida. Germain y Margarite nos enseñaron que el secreto de la alegría no está
en lo que hemos vivido, sino en cómo decidimos recordar y revivir esos
momentos. Sus días de juventud tal vez habían quedado atrás, pero su espíritu
permanecía lleno de vida y de amor por las pequeñas cosas: una canción, una
copa de licor, una noche de baile y risas compartidas. En su compañía,
comprendimos que la verdadera juventud no está en los años, sino en la
disposición para seguir disfrutando, compartiendo y celebrando.
Luis Cruz
Comentarios
Publicar un comentario